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Obsolescencia programada, caducidad del planeta

O frenamos la obsolescencia programada o habrá que poner una fecha de caducidad a nuestro planeta.
nuevatribuna.es | Marlene Candia Sosa
cincodías / Juan José Coble Castro
Obsolescencia programada: engaño al consumidor
Andres Nieto Porras (Flickr)

Todos hemos contemplado alguna vez cómo aparatos que deberían tener todavía un buen funcionamiento se estropean sin motivo aparente. No los hemos maltratado ni dado un mal uso. Tampoco los hemos lanzado al vacío desde una altura considerable ni los hemos dejado en manos de los más pequeños de la casa para que les encuentren nuevas funciones. Lo dicho, sin motivo aparente. No pasa nada, las cosas se estropean.


¿Por qué con los medios y avances actuales en todos los campos de la técnica no se diseñan los productos mejor? ¿Por qué no se diseñan para durar? Y, aunque se estropeen, porque todo se acaba estropeando, ¿por qué no hay más facilidades para poder repararlos?
Esto es la obsolescencia programada, la reducción intencionada en la vida de un producto para aumentar su venta y consumo. Los productos no fallan al cabo de un tiempo porque estén estropeados, sino porque han sido diseñados para fallar pasado ese tiempo. Como explica el experto Elías Chaves, “los productos no se diseñan para durar, sino para ir a la basura. Los ingenieros no crean la mejor máquina, sino la que genere el máximo beneficio con sus ventas”. Y esto tiene ventajas económicas, pero también tiene serios inconvenientes, que nos sitúan en un sistema productivo y de consumo insostenible.

Todo arranca en los años 1920, cuando los principales fabricantes de bombillas crean el cártel Phoebus, que fija los estándares de producción y venta, entre otros, y que limita la longevidad de cada bombilla a mil horas. Antes del acuerdo, algunas de las empresas fabricantes garantizaban en su publicidad 2.500 horas de vida útil para sus luminarias. En esos años, una influyente revista de publicidad norteamericana admitía que “un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios”.

Así, cada día se generan más y más residuos –electrónicos, entre otros– y se consumen más recursos. Para los primeros no siempre hay una gestión apropiada o ni siquiera un lugar donde depositarlos con seguridad, y los segundos no son infinitos. Se necesitan muchos más materiales para crear un producto nuevo que para ofrecer los repuestos para reparaciones. Además, si a los residuos generados no se les aplican criterios de circularidad (de la cuna a la cuna), donde deben implicarse las empresas productoras, se generan graves problemas de contaminación.
Solo en España, el consumo anual de materias primas se sitúa en 60.000 millones de toneladas.Los últimos datos revelan que para mantener nuestro nivel de vida y población actuales necesitamos tres Españas (nuestra huella ecológica es de 2,9). Según la Global Footprint Network, en términos globales y manteniendo este ritmo, antes del 2030 la humanidad consumirá cada año el doble de los recursos que es capaz de producir la tierra en ese tiempo.
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¿Somos una sociedad civilizada? Una pregunta que llama a la reflexión acerca del alto costo que generamos al medio bajo el lema de progreso, esta obsolescencia programada tan intrínseca en nuestras vidas y tan poco visible en la conciencia humana. Independientemente a la gran depresión de definir la vida útil de los artefactos, creo que el fin no justifica los medios cuando en ese proceso se atenta contra la degradación del medio ambiente destruyendo la única casa común que tenemos para habitar.
Si para ganar 15$ debemos generar baterías que llevarán 400 años en degradarse, afirmo que el costo beneficio es absurdo: gastaremos más dinero en tratar de enmendar el medio contaminado. Estamos de verdad dentro de un círculo vicioso tan bien diseñado que es imposible huir de él.
Existen ocasiones en que la palabra conspiración resulta amplia y poco aplicable; sin embargo, es un calificativo que describe perfectamente al atentado contra el consumidor, su economía y sobre todo contra el medioambiente.
Por cuanto a educación se refiere, las prácticas pedagógicas deben cambiar mediante un trabajo tal vez un tanto silencioso, pero muy significativo desde la generación de conocimiento, de cara a ayudar a discernir en función a un juicio crítico. Ha sido tanto el avance de este problema que incluso se puede realizar una clasificación:
- La obsolescencia programada propiamente dicha: consiste en prever una duración de vida reducida del producto, si fuera necesario mediante la inclusión de un dispositivo interno para que el aparato llegue al final de su vida útil después de un cierto número de utilizaciones.
- La obsolescencia indirecta: deriva de la imposibilidad de reparar un producto por falta de repuestos o piezas de recambio adecuadas o por resultar imposible la reparación (por ejemplo, el caso de las baterías soldadas al aparato electrónico).
- La obsolescencia funcional por defecto: un componente falla y todo el dispositivo deja de funcionar.
- La obsolescencia por incompatibilidad, por ejemplo, cuando un programa informático deja de funcionar al actualizarse el sistema operativo. 
- La obsolescencia psicológica, derivada de las campañas de mercadotecnia de las empresas encaminadas a hacer que los consumidores perciban como obsoletos los productos existentes: es lo que pasa con nuestros smartphones y con nuestra ropa.
- La obsolescencia por notificación, típica de las impresoras que convierten en obsoletos los cartuchos de tinta.
- La obsolescencia por caducidad reduce artificialmente la vida de un producto, por ejemplo, en la industria alimentaria, acortando las fechas de caducidad o de consumo preferente aunque todavía sea perfectamente consumible sin riesgo alguno para la salud.
- La obsolescencia ecológica. Bajo el argumento «verde» se justifica el abandono de los dispositivos antiguos aún en perfecto estado, para promover la compra de nuevos productos bajo el argumento de que son menos agresivos al medio ambiente.
Es decir, tenemos todos los justificativos para dejar obsoleto cuanto exista, pero el ambiente también va quedando obsoleto, solo que es un componente que no podemos reemplazar por otro. O frenamos la obsolescencia programada o ya por fin habrá que poner una fecha de caducidad a nuestro planeta.

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