Todavía hay esperanza (III): Puente de Oresund


Primero fue el puente, 

luego se borró la frontera

Miles de personas cruzan a diario el estrecho de Oresund, entre Suecia y Dinamarca, para vivir más barato, trabajar con mejor salario o simplemente hacer turismo

La abuela de Tomislav Vukovic tuvo cinco nacionalidades durante su vida sin moverse del sitio. Cosas del siglo XX, el de las grandes guerras. Tomislav, el nieto, nació hace 52 años a orillas del Adriático, en la ciudad croata de Rijeka. Con cuatro años viajó con su familia a Suecia y ahí se quedó. No le pasó lo que a su abuela, pero aún por entonces, cada vez que quería visitar su ciudad natal, tenía que cruzar frontera tras frontera, documentación en ristre. "Hoy puedo viajar a Croacia en coche sin enseñar mi pasaporte", relata con cierto orgullo en un café de la ciudad de Malmö, en el sureste del país nórdico. Es otra Europa. Porque el café, Tomislav se lo toma en Suecia, pero el trabajo lo tiene en Copenhague (Dinamarca). Opción: atravesar el puente de Oresund, que conecta los dos países, un mastodonte de acero de 82.000 toneladas inaugurado en julio de 2000 gracias a la obstinación de daneses y suecos y, en parte también, al dinero de la Unión Europea.

Es espectacular: 16 kilómetros, con dos pilones puntiagudos en medio, que no puede seguir la vista de un lado a otro bien por la distancia bien por el tramo que sumergieron en un túnel para salvar el tráfico del aeropuerto de Kastrup, en Copenhague. Después de décadas de dimes y diretes, daneses y suecos, con el empuje de Bruselas, pactaron en 1991 su construcción –en la que participaría la empresa española Dragados–. Costaría 4.000 millones de euros, la mitad aportados por la UE a través del Banco de Inversiones Europeo. Ocho años después se subieron las barreras y a correr. Pero no salió como se esperaba.

Jopas Wulff, de 49 años, de Höllviken, en Suecia, controla el tráfico por carretera –también se puede cruzar en tren–. Lo sabe casi todo. “El principal objetivo del puente", dice Wulff, desde el centro de control, en Limhamn, a las afueras de Malmö, "fue hacer más fácil que la región [de Oresund, entre Suecia y Dinamarca, y con unos cuatro millones de habitantes] fuera una sola región, dado que había dos grandes ciudades y dos países muy cerca el uno del otro". Coches y camiones empezaron a cruzar, pero no tantos como se esperaba. En temporada alta, pasaban entre 5.000 y 6.000 vehículos.

"Había que hacer el puente más atractivo", prosigue Wulff. Empezaron las campañas con precios competitivos y, sobre todo, comenzó la crisis, en 2007. A río revuelto, ganó el puente: cayó la corona sueca en detrimento de la danesa y se dibujó la siguiente situación, que aún dura: los suecos buscaban trabajo en Dinamarca, con mejores salarios, y los daneses, casa en el lado sueco, con vivienda más barata. Las cifras de tránsito se mantienen estables con cerca de 20.000 vehículos cruzando a diario, más unos 31.000 viajes en tren. En definitiva, alrededor de 70.000 personas sortean cada día el estrecho de Oresund a través de este puente.

La suspensión de Schengen

Tomislav vive al norte de la ciudad sueca de Lund. De casa al trabajo, a la empresa aseguradora SOS International, ya en Dinamarca, iba al principio en tren. “El problema vino con los refugiados hace unos tres años", señala. "Cerraron las fronteras de repente y obligaron a enseñar el pasaporte. Hasta el trabajo en Copenhague era una hora, pero a la vuelta, por lo de los refugiados tenían que hacer controles en Copenhague [Dinamarca] y en Malmö [Suecia] y eso me llevaba de dos a tres horas llegar a casa, lo que no era muy práctico para mí teniendo una hija". Tuvo que agarrar el coche. Música a todo trapo y a superar la barrera.


Ellen Johansson, a la derecha, viaja a diario desde Copenhague (Dinamarca) hasta Lund (Suecia) en el tren que cruza el puente de Oresund.
Ellen Johansson, a la derecha, viaja a diario desde Copenhague (Dinamarca) hasta Lund (Suecia) en el tren que cruza el puente de Oresund. LUIS MANUEL RIVAS





El puente de Oresund había logrado ir difuminando la frontera de los vecinos nórdicos. Daneses que estudian en Suecia; suecos que trabajan en Dinamarca; camioneros que atraviesan Europa, extranjeros de turismo. Lo mismo da. Y a eso se le llama espacio Schengen, el de libre movimiento de personas por la UE. Esto es, la seña de identidad comunitaria por excelencia. Pero entre finales de 2015 e inicios de 2016, Suecia primero y luego Dinamarca decidieron suspenderlo. Hasta hoy. Empezaron por justificarlo en la entrada de refugiados; ahora aducen temas de seguridad no muy detallados.

La cosa no es para tanto. La sueca Ellen Johansson, de 21 años, nacida en Agunnaryd como el fundador de Ikea, no sabe cómo era el acceso antes de los controles y tampoco anda ahora molesta por enseñar su carné de conducir de vez en cuando –lo mínimo a lo que están obligados suecos y daneses que cruzan Oresund–. Hace algo más de un año que coge el tren en la estación de Norreport, en Copenhague, y transita hasta la Universidad de Lund, donde cursa un máster en Biotecnología. “No siento que esté viajando entre dos países", afirma risueña, sentada junto a la ventanilla de uno de los vagones, " quizá porque soy sueca y el puente siempre ha estado ahí; ya cuando crecía era fácil llegar a Dinamarca, especialmente al aeropuerto ”.

La maldita burocracia

Nació en Suecia, sí, pero a su edad ya vivió en Estados Unidos y, ahora, junto a su pareja, reside en Dinamarca. El cuento de hadas nórdico también tiene aquí su pequeño ogro. “Al vivir en Copenhague", dice Ellen, "sí siento en cambio que vivo en otro país, no hablo el danés”. No todo es coser y cantar. La gran mayoría de los entrevistados para este reportaje hablan en algún momento de la burocracia. Ya lo decía Tomislav Vukovic: trabaja en Dinamarca, paga impuestos allí, pero no tiene claro, por ejemplo, cuándo se jubilará –los suecos fijan el umbral en los 65 años; sus vecinos daneses, en 67 años–.


Martin Nielsen aguarda como cada día el tren en una estación de Copenhague (Dinamarca) para viajar a su centro de trabajo en Malmö (Suecia).
Martin Nielsen aguarda como cada día el tren en una estación de Copenhague (Dinamarca) para viajar a su centro de trabajo en Malmö (Suecia). LUIS MANUEL RIVAS




Para casi todas esas cuestiones tiene respuesta el Oresunddirekt, servicio de información al que cruza a diario el gigante de acero. Sandra Forsén, de 43 años, nacida en la sueca Helsingborg, está al mando. Imaginemos que uno vive en Malmö (Suecia) y encuentra trabajo en Kastrup (Dinamarca). ¿En cuánto tiempo tendría los papeles en regla? Forsén es prudente: "Unas dos semanas". No está nada mal. La burocracia es pesada pero fluye.

Y el cuadro que dibuja esta funcionaria tras miles de preguntas de usuarios del puente es el que es: “Si vives en Suecia y trabajas en Dinamarca", relata, "tienes un mejor salario de forma automática porque la corona danesa es más fuerte que la sueca y eso es positivo en este mercado laboral, y si te desplazas a trabajar desde Dinamarca a Suecia tienes otros beneficios como el sistema de seguridad social sueco, que es más generoso”. Así, grosso modo.

Es lo que hace el danés Martin Nielsen, de 43 años, nacido en Haderslev. Vive cerca de la estación de Orestad, en Copenhague. Trabajaba hasta hace cinco años en su país en un equipo formado por daneses y suecos. Estos últimos emprendieron al otro lado del estrecho, en Malmö. Le sugirieron atravesar el charco para unirse a Plug and trade, una startup centrada en comercio electrónico, se informó en Oresunddirekt y aceptó. El puente es parte de su vida. Si le preguntas cuánto tarda en llegar al trabajo, su cálculo le lleva al momento en el que sube al tren y abre el portátil. Eso es todo. “Es igual de fácil trabajar para una empresa sueca que hacerlo en Copenhague", cuenta poco después de que pase el revisor del tren. "Si tuviera que buscar un trabajo nuevo, gracias al puente tendría un 25% más de empresas donde mirar. La lengua es una desventaja porque el sueco no es mi lengua materna, pero no es algo terrible”.


Nada lo parece en el puente de Oresund más allá de la trama de ficción televisiva que le hizo más popular si cabe hace ocho años. A diferencia de la serie, por cierto, nadie murió aún en el puente en casi 20 años de historia. Tocan madera.




Comentarios

  1. Me parece un esfuerzo grande de esas personas, que tienen que trabajar en otros países o ciudades para tener un buen salario y poder vivir en buenas condiciones.Dentro de lo que cabe no esta mal que tengan que trabajar en otros países u otras ciudades, ya que por lo menos ganan mejor que en su propio país y solo espero que no haya un exceso de trabajadores y algunas personas tengan que abandonar su puesto.

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  2. Roberto 3ºA E.S.O29 de mayo de 2019, 23:39

    Da gusto el saber que en el mundo todavía hay personas que se preocupen por otras y que tengan esa posibilidad de ganar unos "chelines" mas que en su propio país ,siempre y cuando no haya una explotación de trabajo y sin que les den nada de dinero .

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